EL AMOR EN LA FAMILIA
Familia y aceptación del
otro, la base del amor
Al hablar de familia se hace referencia a un grupo
de personas que teniendo lazos de parentesco viven juntas bajo la emoción del
amor. Es decir el amor es una emoción básica en la relación intrafamiliar.
Cuando no existe la pasión de vivir juntos la familia se desintegra como tal.
El amor es el motor que mantiene a la familia unida y constituye el principal
alimento para el crecimiento y desarrollo de los hijos, y la relación de
pareja.
La palabra amor identifica el afecto, de necesidad
de estar cerca del otro pero por sobre todo la aceptación incondicional del que
se ama. En la familia el amor es la emoción básica que sustenta las relaciones
entre padres e hijos y entre los integrantes de la pareja. En la familia se
recibe el amor y se aprende a darlo a los demás, en la familia se aprenden las
formas de expresión de dicho amor y se aprende a compartir y a aceptar a los
demás.
Sin embargo este aprendizaje no siempre se da
adecuadamente en las familias, ya que en muchos de los hogares el deterioro en
la relación en la pareja, o la historia personal de cada uno de los integrantes
adultos de la familia, no les permite vivir y expresar este amor. Muchos de
estos casos provienen de familias en las cuales no vivieron el cariño de parte
de sus padres y no tuvieron un modelo adecuado que les permitiera primero,
sentirse queridos y aceptados, y segundo sentirse capaces de entregar lo que
cada uno tiene dentro de sí. Generalmente este tipo de familias son muy
negadoras del otro y tienden a la violencia y el maltrato como una forma de
resolver las diferencias. Cuando una familia es capaz de aceptar a los demás y
aceptar las emociones u opiniones de los otros se puede trabajar en la solución
de las diferencias de manera no violenta, es más, se puede aceptar que dos o
más integrantes de la familia tengan diferente postura u opinión y ello no
constituye un problema.
Afectos y modelaje de los padres
La educación de los hijos intenta lograr que los
hijos aprendan de sus padres o familiares, modelos adecuados de relación con
los demás y formas de enfrentar la vida, que para ellos son los deseables o
correctos. Es necesario señalar que estos estilos o formas de vivir la vida son
algo propio en cada familia y dependen de su cultura y de su historia personal.
Es así como algunas costumbres y formas de relación propias de la cuidad serán
vistas como inadecuadas en una zona rural o en otro país.
Por lo general es muy importante, para los padres
o familiares, el que los niños adquieran los valores y la forma de mirar el
mundo que tienen ellos. Sin embargo esto no es una tarea tan simple y está
directamente relacionada con la capacidad de los adultos de validarse como
figuras dignas de ser imitadas. Por ello la formación de los afectos y el amor
que estos adultos le provean a los niños son fundamentales ya que un padre o
familiar que demuestra afecto y confianza a un niño se gana su respeto y
admiración y por lo tanto será una figura muy importante para el pequeño, digna
de ser imitada y constituirá una persona de la cual se aprenderá con facilidad
sus comportamientos y valores. Por lo tanto cuando un niño vive amor y
aceptación el modelo de los padres se fijará en los pequeños con mayor
facilidad y si un pequeño se siente amado, aceptado y respetado, será natural
la imitación de estos sentimientos y emociones para con los demás.
Por el contrario cuando los adultos son fríos o
distantes o castigadores, los niños tienden a buscar otros modelos a imitar,
generalmente personas que los quieran, y estos modelos pueden ser variados, a
veces otros familiares, abuelos, profesores o líderes del barrio u otras
personas que los consideren y acepten.
Sin embargo la forma de relación con los adultos
cercanos dejará igualmente una huella sea por rechazo o por la rabia que ello
genera en el pequeño, este tenderá a imitar los aspectos ligados a esta rabia,
por lo general la violencia que se ejerce hacia él será imitada, y las
actitudes de rechazo las reproducirá frente a los demás, así como imitará los
aspectos que lo identifiquen con el modelo externo que ha elegido.
Si el modelo elegido es un líder negativo que lo
incluye en su pandilla, el menor aprenderá la forma de relacionarse de éste.
Por el contrario si tiene la suerte de encontrar un modelo adecuado podrá
aprender de él nuevas formas de expresar su afecto y descubrir aspectos más
positivos de si mismo, pero deberá superar sus rabias y carencias surgidas de
su relación familiar temprana.
Formación de los afectos y autoestima
La formación de los aspectos afectivos se da con
gran fuerza en los primeros años de vida, y la relación que establecen los
padres con los hijos es fundamental para la formación de la imagen de si mismo
y la seguridad personal.
La ternura que despiertan los niños más pequeños
en los adultos, es muy importante para que surjan en los padres los
sentimientos de amor y aceptación. La expresión de estos sentimientos es lo que
permitirá a los niños sentirse queridos y aceptados, y todas las relaciones que
surgen en este contexto emocional son fundamentales para el buen desarrollo de
los niños. Si este aprendizaje permite que el niño se sienta querido y digno
del amor de sus familiares se obtendrá que dicho pequeño se quiera a si mismo y
se sienta valioso como persona. Es a esto que se denomina tener una buena
autoestima. Así un niño que crece con una visión positiva de si misma
experimentará la vida como algo positivo y hermoso, sintiendo que él será capaz
de asumir desafíos y tareas con éxito y confianza.
Cuando esto no es así los niños crecen con una
imagen de si mismos como incapaces de despertar amor en los otros y con la
convicción de que no merecen ser queridos por que no son personas valiosas o
dignas de ser aceptadas y queridas. Los niños que crecen con este “hándicap”
enfrentan la vida con más dificultad y con una visión negativa frente a su
propia existencia y son los que sienten que la vida es una eterna lucha por
enfrentar las dificultades y sus carencias personales.
Como ya se ha señalado la vivencia del afecto y
amor en la familia de origen es enormemente importante ya que definirá en gran
medida, junto con otras experiencias de la vida personal, la forma en que cada
persona enfrentará la existencia y “el mapa” o guía con la cual evaluará cada
experiencia de su vida. Así la vivencia de amor en la infancia permite que los
sujetos construyan un mundo de experiencias positivas y valoren su propia vida
y la de los demás, y por el contrario el desamor, el rechazo o negación determinará
una vivencia negativa de si mismo y de los demás y organizará en la persona la
una visión pesimista de la vida.
Modelos familiares y expresión de sentimientos
El modelo familiar es fundamental en el
aprendizaje del amor. Un niño que aprende a ser aceptado y se siente querido
por sus padres y hermanos, será capaz de aprender de sus padres a aceptar a los
demás y a expresarle sus sentimientos positivos, su afecto y también otro tipo
de emociones, todas ellas tan importantes en la vida, como el amor.
La expresión de emociones es un factor muy
importante en la formación de los seres humanos. Aunque en la cultura
occidental en la cual vivimos existen distintas culturas que aceptan diversas
formas de expresión, por lo general es muy poco aceptado el expresar lo que se
siente. Ello por que vivimos en una cultura que tiende a negar las emociones y
los afectos, y sobrevalora la razón por encima de todo.
Los seres humanos nacemos con una expresión
natural de nuestras necesidades y emociones: él bebe expresa su molestia a
través del llanto, expresa su alegría a través de la expresión facial, y cuando
comienzan a tener una comunicación más clara con los adultos expresan sus
rabias como algo natural. No obstante lo anterior, a medida que los niños
crecen se les va enseñando a negar determinadas emociones de acuerdo a si son
varones o niñas. A las niñas se les enseña a no expresar la rabia y se les
facilita la expresión del llanto, los afectos y no se les reprime en su
expresión de amor. En cambio a los varones se les permite expresar la rabia
pero no la pena, el dolor ni los afectos, ya que estas expresiones están
reservadas por lo general para las mujeres para cumplir adecuadamente su futuro
rol de madres.
La expresión del amor y los afectos son entonces
socializadas para las mujeres y negadas en general para los hombres a los que
se les enseña a ser racionales, prácticos y competitivos.
Desde esta perspectiva el amor pasa a ser un
sentimiento propio del dominio de lo femenino, y los hombres no cuentan con
modelos afectivos y expresivos del cariño y afecto, aun cuando lo sientan, no
se les permite expresarlo con facilidad. Por esto se dice que los hombres son
más fríos y duros, que las mujeres y que las mujeres son más emotivas y
sentimentales.
Por lo general la familia es la encargada de
formar, tanto en hombres como en las mujeres, la expresión de los afectos. Este
proceso se inicia desde que se establece una relación entre padres e hijos. En
algunas familias esto se da durante el embarazo, cuando el padre y/o la madre
le hablan al niño por nacer y en otras el proceso se inicia con el nacimiento
cuando la mamá o el papá se relacionan con el niño o niña.
Aunque lo más frecuente es que la expresión del
amor y los sentimientos estén a cargo de la mamá, el papá también participa en
esta formación y si es que no es activo en esta expresión del amor o los
afectos, los hijos aprenderán de él a no expresar sus sentimientos o emociones,
y probablemente pensarán que los hombres no deben ser expresivos y que ese es
un patrimonio de las mujeres.
Amor y confianza, base de la educación
La experiencia temprana del amor y aceptación es
entonces fundamental para el desarrollo de la identidad y el aprendizaje de
formas de relación de la persona. La relación de los primeros años con el pequeño
tiende por lo general a proveer de un substrato básico de confianza y
relaciones positivas del niño con su mundo.
A este tipo de nexo se le ha llamado relación
materno-infantil aunque padre y madre tengan el mismo comportamiento cariñoso y
aceptador para con los hijos, esto por que en general se identifica con la
madre este tipo de vínculo y la expresión del afecto, mientras del padre se
espera, ante todo, que sea buen proveedor. Independientemente del progenitor
con el que se identifiquen los aspectos, lo importante es el sentido de la
relación de afecto y confianza que se desarrolla en los primeros años de vida
de los pequeños.
Tal como se señalaba el clima de confianza y
aceptación es de enorme influencia para la formación de cada uno y de la forma
en que se enfrentará la vida y a los demás, y hasta ahora se había mencionado
la familia como agente socializador más importante. Sin embargo junto con la
familia intervienen otros agentes que van cobrando importancia con el correr de
los años. Estos pueden ser por ejemplo el Jardín infantil o los amigos del
barrio, y más tarde será la escuela y el grupo de pares.
Cuando el niño es capaz de establecer vínculos
sociales con su entorno externo a la familia surgen los amigos del barrio y los
vecinos, como un nuevo foco de formas de relación, no siempre coherentes con
los valores del hogar. Junto con establecer las primeras relaciones sociales extra
familiares, los niños son generalmente incorporados a la formación pre-escolar
en donde comienzan a cobrar importancia las nuevas figuras adultas
"modelo" que interactúan con el niño: "Las tías" o
"Profesoras".
Estas nuevas figuras constituyen modelos de
referencia con un enorme peso existencial en la vida de los niños pequeños,
pues se acompañan además de una carga afectiva enorme (generalmente positiva),
muchas veces con más horas de interacción diaria que los propios padres del
niño.
Cabe agregar además que por lo general la relación
con "las tías", a nivel de la educación prescolar es muy reforzador
para los niños, ya que éstas les proveen de sus necesidades afectivas,
cognitivas y sociales, en un clima de aceptación y reconocimiento y a la vez
con límites claros y seguros para ellos, tan necesarios en esta etapa del
desarrollo. Incluso son a veces modelos más consistentes y seguros que los
propios padres, habitualmente estresados y sin tantas habilidades de manejo con
los pequeños. En los jardines infantiles y se tiende a conservar la relación
materno-infantil hasta que el niño ingresa a la escuela, medio en el cual los
pequeños deben enfrentarse a un nuevo mundo de relaciones en el cual son
constantemente evaluados y descalificados por los adultos.
Por lo general los pequeños que cursan el jardín
Infantil no viven grandes inconsistencias entre los modelos paternos y las
educadoras, aun cuando ellos puedan diferir en algunos de los valores o
creencias específicos. El clima de aceptación y reconocimiento es por lo
general el mismo en la casa y en el jardín y en ambos espacios los pequeños se
encuentran valorados y validados, en sus expresiones y necesidades
socio-afectivas. En cambio en la escuela surgen valores como la disciplina y el
orden, que algo se esbozaban en la educación prescolar, sin embargo a nivel
escolar el clima afectivo es otro. Al ingresar a la escuela el medio se torna
más adverso, ya que el pequeño debe ganarse el reconocimiento y la confianza
que antes existía a priori en la educación prescolar, a través de sus acciones,
y probarle al sistema escolar que él sí es capaz.
Este último punto depende en gran medida del
educador ya que es él el encargado del vínculo afectivo con el niño y de la
relación que él establezca con el alumno, dependerá la potencia y validez que
tenga como modelo de referencia para el niño.
Es desde este marco que debemos considerar el
poder de modelaje que posee el sistema escolar que continuará su curso y su
peso en la formación de los niños en la escuela y más tarde en el liceo. Sin
embargo si la formación y apoyo familiar están presentes será más fácil para el
niño enfrentar los desafíos y tareas que le depara el ingresar a este nuevo
mundo de relaciones, y el gran apoyo o hándicap con que cuenta cada uno es la
imagen de si mismo, su nivel de autoestima y la confianza o desconfianza con
que se lo formó en los primeros años.
El juego, un laboratorio para la vida
Cabe señalar que junto otra de las formas de
aprender a vivir y expresar el amor y afecto es el juego. La libertad de los
pequeños para jugar y crear, junto a la sensación de aceptación de sus
resultados son condiciones muy favorables para el desarrollo de la inteligencia
y creatividad en los niños. Cabe destacar que el juego permite a los niños
ensayar todas las formas de vincularse con otros, y especialmente permite la
expresión de los sentimientos y necesidades más profundas de éstos.
Un niño que se siente libre de poder jugar a sus
anchas y se siente reconocido por sus padres o adultos cercanos cada vez que
muestra sus resultados o creaciones, será un niño lleno de creatividad y
confianza en su capacidad personal.
El entregar la libertad de crecer y ensayar los
roles a través del juego es un signo de amor hacia los hijos y constituye una
de las formas de hacerles sentir la confianza y cariño que se les tiene.
Por lo general los padres tienden a sentir temor
frente a los juegos demasiado fantasiosos o lejanos a su realidad y prefieren
sacar a los pequeños de los juegos con estas características. Sin embargo el
impedir a los niños estos procesos los hace soñar aún más y buscar en otros
aspectos de su vida completar estas necesidades. Es preferible darles la
libertad de ensayar con amigos imaginarios roles inventados y permitirles soñar
que limitarlos. El afecto de los padres o adultos cercanos a su cargo puede
guiarlos sin lugar a dudas por la vida sin necesidad de temer que el niño
exprese los aspectos que en la vida real le parecen lejanos. La guía y
conversación con ellos puede servir más que el intentar inhibir sus juegos y
con ello cortarles su necesidad de crear. Es importante destacar que el que un
niño invente sueños y fantasías es parte normal del proceso de crecimiento y
desarrollo.
El juego es también un espacio de desarrollo de la
psicomotricidad y el lenguaje de los niños y por eso reviste tanta importancia
para ellos. El juego es un espacio de desarrollo de su corporalidad y de su
identificación con su cuerpo. Así mismo permite un buen contacto con sus
emociones y sensaciones, fuente de la capacidad de amar a los demás y aceptar
las emociones y sentimientos de los demás. El juego entonces, es también una escuela
para la experiencia emocional y el contacto con la propia interioridad afectiva
y permite que las personas desarrollen esta dimensión que culturalmente suele
ser negada. Esto es particularmente válido para los niños varones a los que no
se les permite ligarse mucho con su vida afectiva y se los fomenta a la
educación cognitiva negando los aspectos emotivos e intuitivos.
De todo lo anterior se debe señalar que la
confianza y libertad derivadas del amor que la familia debería proveer a los
niños es la fuente fundamental de modelos con la cual los niños de hoy serán
los padres de mañana y por eso depende de todos los agentes de formación velar
por el desarrollo de estos aspectos tan importantes para la vida, y tan
ignorados a nivel más formal. El desafío de las familias está en rescatar esta
dimensión y junto al jardín infantil proveer de la confianza básica a los niños
pre-escolares y así fundar bases sólidas para su desarrollo. Si esto es posible
podremos además aportar a la sociedad con personas más constructivas y
afectivas que desplieguen sus capacidades en las relaciones con otros y tal vez
sean modelos para algunos pequeños que no tengan la suerte de contar con
familias que los nutran del afecto que requieren.