miércoles, 11 de julio de 2012

LA FAMILIA

  


EL AMOR EN LA FAMILIA


Familia y aceptación del otro, la base del amor


Al hablar de familia se hace referencia a un grupo de personas que teniendo lazos de parentesco viven juntas bajo la emoción del amor. Es decir el amor es una emoción básica en la relación intrafamiliar. Cuando no existe la pasión de vivir juntos la familia se desintegra como tal. El amor es el motor que mantiene a la familia unida y constituye el principal alimento para el crecimiento y desarrollo de los hijos, y la relación de pareja.


La palabra amor identifica el afecto, de necesidad de estar cerca del otro pero por sobre todo la aceptación incondicional del que se ama. En la familia el amor es la emoción básica que sustenta las relaciones entre padres e hijos y entre los integrantes de la pareja. En la familia se recibe el amor y se aprende a darlo a los demás, en la familia se aprenden las formas de expresión de dicho amor y se aprende a compartir y a aceptar a los demás.


Sin embargo este aprendizaje no siempre se da adecuadamente en las familias, ya que en muchos de los hogares el deterioro en la relación en la pareja, o la historia personal de cada uno de los integrantes adultos de la familia, no les permite vivir y expresar este amor. Muchos de estos casos provienen de familias en las cuales no vivieron el cariño de parte de sus padres y no tuvieron un modelo adecuado que les permitiera primero, sentirse queridos y aceptados, y segundo sentirse capaces de entregar lo que cada uno tiene dentro de sí. Generalmente este tipo de familias son muy negadoras del otro y tienden a la violencia y el maltrato como una forma de resolver las diferencias. Cuando una familia es capaz de aceptar a los demás y aceptar las emociones u opiniones de los otros se puede trabajar en la solución de las diferencias de manera no violenta, es más, se puede aceptar que dos o más integrantes de la familia tengan diferente postura u opinión y ello no constituye un problema.


Afectos y modelaje de los padres


La educación de los hijos intenta lograr que los hijos aprendan de sus padres o familiares, modelos adecuados de relación con los demás y formas de enfrentar la vida, que para ellos son los deseables o correctos. Es necesario señalar que estos estilos o formas de vivir la vida son algo propio en cada familia y dependen de su cultura y de su historia personal. Es así como algunas costumbres y formas de relación propias de la cuidad serán vistas como inadecuadas en una zona rural o en otro país.


Por lo general es muy importante, para los padres o familiares, el que los niños adquieran los valores y la forma de mirar el mundo que tienen ellos. Sin embargo esto no es una tarea tan simple y está directamente relacionada con la capacidad de los adultos de validarse como figuras dignas de ser imitadas. Por ello la formación de los afectos y el amor que estos adultos le provean a los niños son fundamentales ya que un padre o familiar que demuestra afecto y confianza a un niño se gana su respeto y admiración y por lo tanto será una figura muy importante para el pequeño, digna de ser imitada y constituirá una persona de la cual se aprenderá con facilidad sus comportamientos y valores. Por lo tanto cuando un niño vive amor y aceptación el modelo de los padres se fijará en los pequeños con mayor facilidad y si un pequeño se siente amado, aceptado y respetado, será natural la imitación de estos sentimientos y emociones para con los demás.


Por el contrario cuando los adultos son fríos o distantes o castigadores, los niños tienden a buscar otros modelos a imitar, generalmente personas que los quieran, y estos modelos pueden ser variados, a veces otros familiares, abuelos, profesores o líderes del barrio u otras personas que los consideren y acepten.


Sin embargo la forma de relación con los adultos cercanos dejará igualmente una huella sea por rechazo o por la rabia que ello genera en el pequeño, este tenderá a imitar los aspectos ligados a esta rabia, por lo general la violencia que se ejerce hacia él será imitada, y las actitudes de rechazo las reproducirá frente a los demás, así como imitará los aspectos que lo identifiquen con el modelo externo que ha elegido.


Si el modelo elegido es un líder negativo que lo incluye en su pandilla, el menor aprenderá la forma de relacionarse de éste. Por el contrario si tiene la suerte de encontrar un modelo adecuado podrá aprender de él nuevas formas de expresar su afecto y descubrir aspectos más positivos de si mismo, pero deberá superar sus rabias y carencias surgidas de su relación familiar temprana.


Formación de los afectos y autoestima


La formación de los aspectos afectivos se da con gran fuerza en los primeros años de vida, y la relación que establecen los padres con los hijos es fundamental para la formación de la imagen de si mismo y la seguridad personal.


La ternura que despiertan los niños más pequeños en los adultos, es muy importante para que surjan en los padres los sentimientos de amor y aceptación. La expresión de estos sentimientos es lo que permitirá a los niños sentirse queridos y aceptados, y todas las relaciones que surgen en este contexto emocional son fundamentales para el buen desarrollo de los niños. Si este aprendizaje permite que el niño se sienta querido y digno del amor de sus familiares se obtendrá que dicho pequeño se quiera a si mismo y se sienta valioso como persona. Es a esto que se denomina tener una buena autoestima. Así un niño que crece con una visión positiva de si misma experimentará la vida como algo positivo y hermoso, sintiendo que él será capaz de asumir desafíos y tareas con éxito y confianza.


Cuando esto no es así los niños crecen con una imagen de si mismos como incapaces de despertar amor en los otros y con la convicción de que no merecen ser queridos por que no son personas valiosas o dignas de ser aceptadas y queridas. Los niños que crecen con este “hándicap” enfrentan la vida con más dificultad y con una visión negativa frente a su propia existencia y son los que sienten que la vida es una eterna lucha por enfrentar las dificultades y sus carencias personales.


Como ya se ha señalado la vivencia del afecto y amor en la familia de origen es enormemente importante ya que definirá en gran medida, junto con otras experiencias de la vida personal, la forma en que cada persona enfrentará la existencia y “el mapa” o guía con la cual evaluará cada experiencia de su vida. Así la vivencia de amor en la infancia permite que los sujetos construyan un mundo de experiencias positivas y valoren su propia vida y la de los demás, y por el contrario el desamor, el rechazo o negación determinará una vivencia negativa de si mismo y de los demás y organizará en la persona la una visión pesimista de la vida.


Modelos familiares y expresión de sentimientos


El modelo familiar es fundamental en el aprendizaje del amor. Un niño que aprende a ser aceptado y se siente querido por sus padres y hermanos, será capaz de aprender de sus padres a aceptar a los demás y a expresarle sus sentimientos positivos, su afecto y también otro tipo de emociones, todas ellas tan importantes en la vida, como el amor.


La expresión de emociones es un factor muy importante en la formación de los seres humanos. Aunque en la cultura occidental en la cual vivimos existen distintas culturas que aceptan diversas formas de expresión, por lo general es muy poco aceptado el expresar lo que se siente. Ello por que vivimos en una cultura que tiende a negar las emociones y los afectos, y sobrevalora la razón por encima de todo.


Los seres humanos nacemos con una expresión natural de nuestras necesidades y emociones: él bebe expresa su molestia a través del llanto, expresa su alegría a través de la expresión facial, y cuando comienzan a tener una comunicación más clara con los adultos expresan sus rabias como algo natural. No obstante lo anterior, a medida que los niños crecen se les va enseñando a negar determinadas emociones de acuerdo a si son varones o niñas. A las niñas se les enseña a no expresar la rabia y se les facilita la expresión del llanto, los afectos y no se les reprime en su expresión de amor. En cambio a los varones se les permite expresar la rabia pero no la pena, el dolor ni los afectos, ya que estas expresiones están reservadas por lo general para las mujeres para cumplir adecuadamente su futuro rol de madres.


La expresión del amor y los afectos son entonces socializadas para las mujeres y negadas en general para los hombres a los que se les enseña a ser racionales, prácticos y competitivos.


Desde esta perspectiva el amor pasa a ser un sentimiento propio del dominio de lo femenino, y los hombres no cuentan con modelos afectivos y expresivos del cariño y afecto, aun cuando lo sientan, no se les permite expresarlo con facilidad. Por esto se dice que los hombres son más fríos y duros, que las mujeres y que las mujeres son más emotivas y sentimentales.


Por lo general la familia es la encargada de formar, tanto en hombres como en las mujeres, la expresión de los afectos. Este proceso se inicia desde que se establece una relación entre padres e hijos. En algunas familias esto se da durante el embarazo, cuando el padre y/o la madre le hablan al niño por nacer y en otras el proceso se inicia con el nacimiento cuando la mamá o el papá se relacionan con el niño o niña.


Aunque lo más frecuente es que la expresión del amor y los sentimientos estén a cargo de la mamá, el papá también participa en esta formación y si es que no es activo en esta expresión del amor o los afectos, los hijos aprenderán de él a no expresar sus sentimientos o emociones, y probablemente pensarán que los hombres no deben ser expresivos y que ese es un patrimonio de las mujeres.


Amor y confianza, base de la educación


La experiencia temprana del amor y aceptación es entonces fundamental para el desarrollo de la identidad y el aprendizaje de formas de relación de la persona. La relación de los primeros años con el pequeño tiende por lo general a proveer de un substrato básico de confianza y relaciones positivas del niño con su mundo.


A este tipo de nexo se le ha llamado relación materno-infantil aunque padre y madre tengan el mismo comportamiento cariñoso y aceptador para con los hijos, esto por que en general se identifica con la madre este tipo de vínculo y la expresión del afecto, mientras del padre se espera, ante todo, que sea buen proveedor. Independientemente del progenitor con el que se identifiquen los aspectos, lo importante es el sentido de la relación de afecto y confianza que se desarrolla en los primeros años de vida de los pequeños.


Tal como se señalaba el clima de confianza y aceptación es de enorme influencia para la formación de cada uno y de la forma en que se enfrentará la vida y a los demás, y hasta ahora se había mencionado la familia como agente socializador más importante. Sin embargo junto con la familia intervienen otros agentes que van cobrando importancia con el correr de los años. Estos pueden ser por ejemplo el Jardín infantil o los amigos del barrio, y más tarde será la escuela y el grupo de pares.


Cuando el niño es capaz de establecer vínculos sociales con su entorno externo a la familia surgen los amigos del barrio y los vecinos, como un nuevo foco de formas de relación, no siempre coherentes con los valores del hogar. Junto con establecer las primeras relaciones sociales extra familiares, los niños son generalmente incorporados a la formación pre-escolar en donde comienzan a cobrar importancia las nuevas figuras adultas "modelo" que interactúan con el niño: "Las tías" o "Profesoras".


Estas nuevas figuras constituyen modelos de referencia con un enorme peso existencial en la vida de los niños pequeños, pues se acompañan además de una carga afectiva enorme (generalmente positiva), muchas veces con más horas de interacción diaria que los propios padres del niño.


Cabe agregar además que por lo general la relación con "las tías", a nivel de la educación prescolar es muy reforzador para los niños, ya que éstas les proveen de sus necesidades afectivas, cognitivas y sociales, en un clima de aceptación y reconocimiento y a la vez con límites claros y seguros para ellos, tan necesarios en esta etapa del desarrollo. Incluso son a veces modelos más consistentes y seguros que los propios padres, habitualmente estresados y sin tantas habilidades de manejo con los pequeños. En los jardines infantiles y se tiende a conservar la relación materno-infantil hasta que el niño ingresa a la escuela, medio en el cual los pequeños deben enfrentarse a un nuevo mundo de relaciones en el cual son constantemente evaluados y descalificados por los adultos.


Por lo general los pequeños que cursan el jardín Infantil no viven grandes inconsistencias entre los modelos paternos y las educadoras, aun cuando ellos puedan diferir en algunos de los valores o creencias específicos. El clima de aceptación y reconocimiento es por lo general el mismo en la casa y en el jardín y en ambos espacios los pequeños se encuentran valorados y validados, en sus expresiones y necesidades socio-afectivas. En cambio en la escuela surgen valores como la disciplina y el orden, que algo se esbozaban en la educación prescolar, sin embargo a nivel escolar el clima afectivo es otro. Al ingresar a la escuela el medio se torna más adverso, ya que el pequeño debe ganarse el reconocimiento y la confianza que antes existía a priori en la educación prescolar, a través de sus acciones, y probarle al sistema escolar que él sí es capaz.


Este último punto depende en gran medida del educador ya que es él el encargado del vínculo afectivo con el niño y de la relación que él establezca con el alumno, dependerá la potencia y validez que tenga como modelo de referencia para el niño.


Es desde este marco que debemos considerar el poder de modelaje que posee el sistema escolar que continuará su curso y su peso en la formación de los niños en la escuela y más tarde en el liceo. Sin embargo si la formación y apoyo familiar están presentes será más fácil para el niño enfrentar los desafíos y tareas que le depara el ingresar a este nuevo mundo de relaciones, y el gran apoyo o hándicap con que cuenta cada uno es la imagen de si mismo, su nivel de autoestima y la confianza o desconfianza con que se lo formó en los primeros años.


El juego, un laboratorio para la vida


Cabe señalar que junto otra de las formas de aprender a vivir y expresar el amor y afecto es el juego. La libertad de los pequeños para jugar y crear, junto a la sensación de aceptación de sus resultados son condiciones muy favorables para el desarrollo de la inteligencia y creatividad en los niños. Cabe destacar que el juego permite a los niños ensayar todas las formas de vincularse con otros, y especialmente permite la expresión de los sentimientos y necesidades más profundas de éstos.


Un niño que se siente libre de poder jugar a sus anchas y se siente reconocido por sus padres o adultos cercanos cada vez que muestra sus resultados o creaciones, será un niño lleno de creatividad y confianza en su capacidad personal.


El entregar la libertad de crecer y ensayar los roles a través del juego es un signo de amor hacia los hijos y constituye una de las formas de hacerles sentir la confianza y cariño que se les tiene.


Por lo general los padres tienden a sentir temor frente a los juegos demasiado fantasiosos o lejanos a su realidad y prefieren sacar a los pequeños de los juegos con estas características. Sin embargo el impedir a los niños estos procesos los hace soñar aún más y buscar en otros aspectos de su vida completar estas necesidades. Es preferible darles la libertad de ensayar con amigos imaginarios roles inventados y permitirles soñar que limitarlos. El afecto de los padres o adultos cercanos a su cargo puede guiarlos sin lugar a dudas por la vida sin necesidad de temer que el niño exprese los aspectos que en la vida real le parecen lejanos. La guía y conversación con ellos puede servir más que el intentar inhibir sus juegos y con ello cortarles su necesidad de crear. Es importante destacar que el que un niño invente sueños y fantasías es parte normal del proceso de crecimiento y desarrollo.


El juego es también un espacio de desarrollo de la psicomotricidad y el lenguaje de los niños y por eso reviste tanta importancia para ellos. El juego es un espacio de desarrollo de su corporalidad y de su identificación con su cuerpo. Así mismo permite un buen contacto con sus emociones y sensaciones, fuente de la capacidad de amar a los demás y aceptar las emociones y sentimientos de los demás. El juego entonces, es también una escuela para la experiencia emocional y el contacto con la propia interioridad afectiva y permite que las personas desarrollen esta dimensión que culturalmente suele ser negada. Esto es particularmente válido para los niños varones a los que no se les permite ligarse mucho con su vida afectiva y se los fomenta a la educación cognitiva negando los aspectos emotivos e intuitivos.


De todo lo anterior se debe señalar que la confianza y libertad derivadas del amor que la familia debería proveer a los niños es la fuente fundamental de modelos con la cual los niños de hoy serán los padres de mañana y por eso depende de todos los agentes de formación velar por el desarrollo de estos aspectos tan importantes para la vida, y tan ignorados a nivel más formal. El desafío de las familias está en rescatar esta dimensión y junto al jardín infantil proveer de la confianza básica a los niños pre-escolares y así fundar bases sólidas para su desarrollo. Si esto es posible podremos además aportar a la sociedad con personas más constructivas y afectivas que desplieguen sus capacidades en las relaciones con otros y tal vez sean modelos para algunos pequeños que no tengan la suerte de contar con familias que los nutran del afecto que requieren.


Lu
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